Los únicos objetos que escapan a esas pequeñas crueldades son los libros sobre los que posamos los ojos entre las docenas con las que comparten los anaqueles de las librerías, como la poesía de Anna Ajmátova:
Pero les advierto
que vivo por última vez.
Ni con golondrinas ni arce,
ni con bambúes ni estrellas,
ni con el agua del manantial,
ni con tañido de campana
sorprenderé nuevamente a la gente,
ni volveré a visitar sueños ajenos
con gemido intranquilo.
(1940)
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