Hace casi dos años se inauguró en el centro de Berlín el memorial del Holocausto, diseñado por el arquitecto Peter Eisenman y que causó una perenne polémica desde su concepción como proyecto.
Se compone de 2.711 bloques de hormigón de distintos tamaños que conforman lo que para unos es un laberinto y para otros un cementerio.
Lo macabro y paradójico es que los bloques están recubiertos de una sustancia para facilitar su cuidado y limpieza suministrada por una empresa heredera de la que proporcionaba el gas para los campos de exterminio.
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