A Mallory le preguntaron en una ocasión por qué estaba tan empeñado en alcanzar la cima del Everest y él respondió con brevedad "porque está ahí." Así de escueto y sin florituras, como la propia montaña. La atracción por los vértices que nos hacen alzar la mirada es algo atávico y grabado a fuego en algún cromosoma, doble hélice o lo que sea. No tienen que ser necesariamente cumbres épicas como las del Himalaya, baste el ejemplo de un globo de helio que se escapa de las manos de un niño, con su hinchada forma de Mickey Mouse o Pocoyó.
El caso es que mirar lo que parece querer conquistar el cielo es algo a lo que no habría que buscar mucha explicación siguiendo la parquedad del escalador británico.
Sin embargo somos especialistas en lo que Eco llamaba tripodología felina o el arte de buscarle los tres pies al gato, y asuntos como las dos ascensiones al monte Gorbea acompañadas de banderas están haciendo correr océanos de teclado y bilis.
¿Se sentaría alguien a mirar el paisaje desde el monte Gorbea o seguirá siendo un triste mástil en el que fijar complejos?
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