Se calcula que durante la temporada 2006-2007 cada español/a permaneció una media de tres horas y cuarenta y ocho minutos diarios ante el televisor. Si a esto sumamos que lo más consumido es la oferta de series de ficción podríamos concluir que pasamos gran parte del día contemplando mundos que no son el nuestro, quizá como diversión o quizá como evasión; mundos de cuento de hadas o pequeños infiernos tramados en hora y pico, descontando publicidad, con una solución parcial que permita que caigan más capítulos.
Tradicionalmente estudiábamos que la diferencia entre la propaganda y la publicidad es que la primera se refiere a cuestiones políticas y la segunda a bienes económicos. Hoy esa distinción ya no es válida. La publicidad se ha convertido en el contenido que completa y que da sentido, su sentido, a aquello que miramos durante la mayor parte del día.
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