Terrible el poder de la prensa. Y para muestra un botón.
Un escritor publica un libro de cerca de 1000 páginas acerca del Holocausto, proponiendo una visión por parte del verdugo, partiendo de la base de que los verdugos también son personas y pueden tener sentimientos nobles, pese a lo cual no les tiembla la mano para realizar su abyecta misión.
El libro se convierte en un éxito, premiado en Francia y comienza a traducirse. Jorge Semprún lo califica como "obra del siglo" y hace correr ríos de tinta.
Y uno de esos ríos de tinta es una entrevista que comienza de la siguiente manera:
"Hay que ser muy chulo para marcarse un libro de casi mil páginas sobre algo tan recurrente como el nazismo o el Holocausto, ganar el Premio Goncourt y ni molestarse en ir a recogerlo. Hace falta andar muy sobrado para conseguir las bendiciones de los popes de la literatura mundial como un salvador de la novela y después venir a decir que no sabe si volverá a escribir otra. Pero así es Jonathan Littell, un autor raro y controvertido, un tipo que manifiesta cierto aire de superioridad si se le insiste en algo que le molesta; que es políglota y nómada, entre nihilista y revolucionario -trabajó en ONG en Rusia y Chechenia-; que parece claramente desubicado en este periodo de la historia, amante de la cultura griega y de la música antigua..."
Ante tamaña introducción cabe esperar una continuación de acoso y derribo, destinada a mostrar el sufrido trabajo del abnegado periodista y el "divismo" del autor. Qué fácil y qué equivocado. Lo peor es que habrá quien lea la entrevista y haga como si hubiese leído el libro. Y seguirá habiendo periodistas que continúen empleando la facultad de hacer preguntas como un instrumento moderno de separar lo bueno de lo malo a su antojo.
Enorme responsabilidad ser el que pregunta.
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