¡Pues el mensajero de la muerte se alzó ya sobre Bagdad,
que quien la llore vierta sus lágrimas por la desolación del siglo!
Estaba junto a las aguas, mientras la guerra ardía;
mas, por suerte, en sus barrios se apagaría el fuego.
Esperábamos un retorno venturoso de la Fortuna,
pero hoy la desesperación anega la esperanza.
Como la vieja de la que han huido la juventud
y la belleza que antaño le favorecían.
En el siglo IX sí que sabían. Por aquí seguimos sin aprender.
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