A pesar de que en el zoco discrepamos de su conceptualización del bolso, en numerosas ocasiones hemos dejado constancia de lo fascinante, hipnótico y conmovedor del cine de Isabel Coixet. Recientemente escribía además un pequeño e interesante libro, La vida es un guión, del que tomamos prestado el siguiente fragmento:
Siempre he ejercido mi oficio de cineasta en medio de un estado mental contradictorio: al puro entusiasmo que me provoca el mero acto de rodar, se une la desazón de la certeza de que las películas no cambian en el mundo, ni transforman ciencias, ni hacen la existencia más llevadera, el subterráneo convencimiento de que las películas no sirven para nada. (...).
Hace unos días, después de un pase de Mi vida sin mí, se me acercó una chica de unos diecisiete años. No tenía los ojos enrojecidos, ni esquivaba mi mirada, ni balbuceaba: sólo sé que me cogió la mano con firmeza y me dijo: "Gracias por haber hecho esta película, gracias por ayudarme a entender los silencios de mi padre, que murió hace dos años. Yo he vivido estos dos últimos años reprochándole que no me dijera nada de su enfermedad, y ahora por fin lo he entendido, lo he sentido, lo he vivido con la película. Ha sido como tenerle a mi lado diciéndome: '¿Lo ves, lo entiendes ahora?' "
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