martes, enero 19, 2010

18280

Si los cálculos son correctos hace 18280 días, teniendo en cuenta los años bisiestos, que Albert Camus fallecía en un accidente de coche que adelantó a su quebrantada salud. A principios de enero, cuando el 2010 se desperezaba, la noticia del cincuenta aniversario de su muerte ocupó minutos en los telediarios y páginas en la prensa. No era infrecuente encontrarse con su rostro taciturno y tocado por un cigarrillo en la boca.
Confieso que a duras penas logré disimular en esos días una sensación de culpabilidad. Albert Camus fue el primer escritor grande con el que me topé hace ya años, y La Peste la novela que marcó un punto de inflexión en mi vida como lector y en mi vida en general. No se ven las cosas de la misma manera cuando se ha descubierto la mirada de Camus sobre el mundo. Y, sin embargo, llevo largos meses sin dejarme caer por sus páginas.
Debí haber aprovechado aquellos días de conmemoración para releer algo suyo, para mí solo o en voz baja (tengo a mi disposición dos orejas que no son las mías pero que de buen grado escucharían un fragmento de cualquier obra del francés ¿o argelino?). No lo hice. Soy consciente de que los libros de Albert Camus me miran desde sus estantes, ahora ordenados, sin acritud pero con cierta decepción. Allí están, en su momento iluminaron como faros y ahora esperan. Yo también espero volver a leerlos, y que su brillo luchador en medio de las miserias y la barbarie me deslumbre como antes.
Queda pendiente volver a Orán con el doctor Rieux y con el atormentado Tarrou, y con el soñador Rambert, a pasear en medio de la peste... si el libro aún termina diciendo que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio.
Mientras, los días sin Albert Camus van pasando.