viernes, mayo 09, 2014

El horror (aún) inaceptable.


Sucedió el 14 de abril pero no ha sacudido los océanos virtuales de imagen y tinta hasta estos días. Doscientas niñas secuestradas en Nigeria para ser vendidas como esclavas. El horror. Un horror aún inaceptable. Creo que era francés y filósofo quien decía que el triste destino de África era convertirse en un yacimiento de catástrofes, en una sucesión de desastres que llamasen la atención mediática en base a una perversa progresión de los detalles, forzosamente cada vez más espantosos para que la opinión pública occidental quedase tocada durante un período de tiempo cada vez más corto. Ante cada desastre, motivado por causas naturales o antrópicas, el discurso aleatorio y en bucle de los "no es tolerable," "nuestro gobierno se dispone a disposición de las necesidades de...," "aprobaremos de urgencia un paquete de ayuda a la cooperación," "presionaremos diplomáticamente con toda determinación" o "intervendremos militarmente" se activaría y los telediarios y las redes sociales se harían eco...  durante unos días.

Casi un mes después del secuestro aterra pensar en dónde y cómo estarán las doscientas niñas; y es casi tan aterrador pensar en el tiempo que pasará hasta que este horror caduque como noticia y guardemos los discursos y los hashtags a la espera de un horror mayor. También aterra la certeza de que si esas niñas vuelven a casa y, dentro de diez años quieren llegar a Europa a toda costa, se encontrarán alambradas y vallas con cuchillas cuando lleguen a Melilla y vean, a lo lejos esa Europa que tan rápido se llena la boca con bonitas palabras. Tan lejos y tan cerca.

Wole Soyinka, poeta nigeriano, escribió en la cárcel hace unos cincuenta años esto:

Lenta, inexorablemente, la realidad se disuelve y la certidumbre
traiciona a la conciencia