martes, diciembre 20, 2005

Anna Ajmátova

Auster sostenía, si no recuerdo mal, que en ocasiones los objetos de nuestra vida cotidiana emprenden rebeliones sordas contra sus dueños sin que ellos se den cuenta: interruptores que no funcionan, ordenadores que se cuelgan, llaves que se caen en un sofá al levantarse, paraguas que no aparecen.
Los únicos objetos que escapan a esas pequeñas crueldades son los libros sobre los que posamos los ojos entre las docenas con las que comparten los anaqueles de las librerías, como la poesía de Anna Ajmátova:

Pero les advierto

que vivo por última vez.

Ni con golondrinas ni arce,

ni con bambúes ni estrellas,

ni con el agua del manantial,

ni con tañido de campana

sorprenderé nuevamente a la gente,

ni volveré a visitar sueños ajenos

con gemido intranquilo.

(1940)

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