sábado, marzo 04, 2006

Jirones

Si se me permite un consejo, abra usted un libro al azar del que guarde grato recuerdo, y; tras comentar poéticamente la futilidad dolorosa del transcurrir de los años, aprovechando lo amarillento de las hojas un día blancas, utilice lo leído para un blog y/o bitácora. Si usted no lee, siempre nos quedará google. La tecnología siempre será una fiel cómplice de la pérdida de los territorios que nos convierten en humanos, como la palabra impresa.

Impresionante Ondaatje, en su Paciente inglés:
La última guerra medieval fue la que tuvo por escenario Italia en 1943 y 1944. Los ejércitos de nuevos reyes se lanzaron irreflexivos contra ciudades fortificadas, encaramadas en altos promontorios, que diferentes bandos se habían disputado desde el siglo VIII (...). Cuando los ejércitos [aliados] se agruparon en Sansepolcro, ciudad cuyo símbolo es la ballesta, algunos soldados compraron esas armas y las dispararon de noche y en silencio por encima de las murallas de la inexpugnable ciudad. El mariscal de campo Kesserling, del ejército alemán en retirada, acarició en serio la idea de verter aceite hirviendo desde las almenas.
Fueron a buscar medievalistas en las facultades de Oxford y los enviaron por avión a Umbría. Frisaban en los sesenta años por término medio. Los alojaron con la tropa y, en las reuniones con el mando estratégico, aquellos ancianos olvidaban una y otra vez que se había inventado el aeroplano. Hablaban de las ciudades en función del arte que encerraban.


Hoy es un día grande.
Decía Juvenal que el camino a la casa del amigo nunca es largo.

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